Évariste Galois

Los tres muchachos reían sentados en un rincón de la tasca. A su alrededor, los últimos parroquianos se
tambaleaban abandonando el establecimiento, o se quedaban dormidos en sus sillas, jarra en mano. Era una noche calurosa de mayo, y las copas parecían vaciarse tan pronto como tocaban la mesa.

—¡A la salud del rey ciudadano Luis Felipe! —gritó uno de los jóvenes antes de apurar el vino.

Tras sus facciones escuálidas y sus mejillas sonrosadas por el alcohol, sus ojos se mantenían despiertos y sobrios.

—¡Évariste! ¡Volverán a arrestarte!

—Mejor. Estos últimos ocho meses han sido los más productivos que recuerdo.

—No hables así, hermano. Ahora que por fin has recuperado la libertad…

—Sí, ahora sólo nos falta encontrar la igualdad y la fraternidad.

Los tres rieron de nuevo, pero tras la sonrisa de Évariste se escondía un amargor profundo. Estaba contento de haber dejado atrás su incómoda celda en la prisión de París, pero se sentía absolutamente fracasado. En el bolsillo de su chaqueta pesaba aún la carta de rechazo de la Academia de Ciencias, que había recibido estando encarcelado. Era todo culpa de Poisson, estaba seguro. Ese cerdo monárquico le había tendido una trampa para ridiculizarlo, y había conseguido que desestimaran su trabajo.

—No lo entiende —pensó en voz alta.

Su hermano Alfred le miró confuso. Era tres años más joven que él, pero tenía una complexión más robusta, y una mejor tolerancia a la bebida.

—Ese imbécil se cree que como no entiende mis descubrimientos, nadie más puede.

—No pienses más en él esta noche, Évariste. Hoy hay que celebrar tu regreso.

—Eso es. No somos los únicos que te han estado esperando.

Théophile, el escritor, sonrió descarado.

Évariste negó, divertido.

—La visitaré mañana por la noche. Hoy ya nos hemos entretenido bastante, y tengo mucho que hacer.

—Amigo mío, te he oído decir muchas tonterías, pero esta es la mayor de ellas. ¿Qué clase de vida quieres llevar? ¿Del aula a la celda y de la celda al aula? Átale las alas al ave y olvidará cómo volar.

“Solo el aula estaría bien”, pensó Évariste. Su amigo Théophile nunca entendería que su trabajo, sus investigaciones en torno a las incógnitas del álgebra, eran lo que liberaba su espíritu. Las noches de vino y absenta estaban bien, pero él aspiraba a algo más que la decadencia bohemia hacia la que se inclinaba su colega.

—Si supieras lo que he descubierto… Si la Academia se enterara de una maldita vez de lo que mi trabajo significa, no estaríamos aquí.

—No, estaríamos en algún palacio, seguro. Tendría que llamarte Barón Galois, y besarte el culo.

Los tres rieron. Por un momento, Évariste se permitió imaginarse a sí mismo como académico. Las palabras de su amigo lo devolvieron a la realidad.

—Ahora en serio, si no vas a verla ahora mismo iré yo y le diré que has muerto de tuberculosis.

—Está bien, está bien. El joven matemático se levantó, algo mareado. Se llevó la mano al bolsillo del pantalón, pero el escritor le interrumpió.

—Esta noche pago yo. Ya me lo devolverás cuando te compren tus malditos grupos, o como se llamen.

Évariste sonrió. Salió de la tasca despacio. El aire caliente de la ciudad le despejó un poco. Caminó hasta llegar al Sena, oscurecido bajo la sombra de la gran catedral. Sacó la carta de rechazo de su bolsillo y la leyó de nuevo. Rompió el papel en pedazos y los arrojó al río, que se los llevó con la corriente.

No pudo evitar reírse. Théophile tenía razón; ahora era libre, y le quedaba mucho por hacer.

¿Quién fue Évariste Galois?

Ilustración por Carla Moreno.

Ilustración por Carla Moreno.

Nacido en el seno de una familia intelectual y liberal en Bourg-la-Reine, su padre fue director de la escuela de la ciudad y alcalde del municipio. Su madre era una mujer culta, proveniente de una influyente familia de abogados. Así pues, desde el comienzo están presentes los dos asuntos que guiarán los pasos de Évariste: la vida académica y la política.

Su educación empezó en su casa, a cargo de su madre. A los 12 años ingresó en el liceo Louis-le-Grand en la cercana París, donde repitió curso debido a sus dificultades con la retórica. Y, sin embargo, fue también en esta misma institución donde empezó a mostrar interés por las matemáticas. Había descubierto su disciplina predilecta. Las clases básicas pronto se le quedaron pequeñas, dando paso a textos más complejos, como la geometría de Legendre y el álgebra de Lagrange, punteros en aquel tiempo. Se interesó más por esta segunda rama, y por los problemas aún por resolver que ofrecía.

Durante su estancia en el liceo tuvo problemas con el director por sus ideas políticas. Al contrario que otros alumnos Évariste se salvó de la expulsión, pero el altercado no hizo más que reafirmarle en su desprecio por la autoridad, fuera esta la del liceo, la de la Iglesia o la del mismísimo rey.

Su obsesión por resolver los enigmas más profundos del álgebra era tal que preocupó a sus profesores, que veían cómo dejaba desatendidas el resto de asignaturas. Pero Évariste había encontrado su vocación, y tenía claro su próximo objetivo: entrar en la École Polytechnique, donde impartían clase algunos de los matemáticos más prestigiosos del momento. Lleno de emoción se presentó al examen, pero fue demasiado apresurado.

Había querido examinarse antes de completar las clases preparatorias, y no poseía todos los conocimientos necesarios para aprobar.

Desanimado por este golpe continuó sus estudios en el liceo a cargo de Monsieur Richard, que se fijó en su gran potencial y lo recomendó para la École Polytechnique. Su propuesta cayó en saco roto, pero el apoyo de este profesor fue fundamental para la trayectoria de Galois.

Estando aún en el liceo publicó su demostración de un teorema sobre fracciones continuas periódicas (ámbito que seguiría estudiando más adelante), y dio con las condiciones para resolver ecuaciones polinómicas por radicales, relevantes incluso a día de hoy. Poco a poco sus indagaciones le llevaron a combinar la teoría de grupos con la teoría de cuerpos, tanto finitos como infinitos, algo inédito hasta aquel momento.

A pesar de su talento, su segundo intento por acceder a la École Polytechnique rindió el mismo resultado que el primero. Galois no justificó sus resultados, y las explicaciones de sus métodos eran vagas, o exigían saltos lógicos que los examinadores no estaban dispuestos a admitir. Esta vez el rechazo fue definitivo. Otro golpe duro para el joven, que había vivido recientemente el suicidio de su padre.

Tras esto ingresó en la École Normale, de menos prestigio en aquel entonces, mientras hacía llegar a la Academia de Ciencia sus descubrimientos sobre la teoría de grupos. Pero el reconocimiento nunca llegó: los académicos premiaron a Niels Henrik Abel, cuyos artículos previos (argumentaban) eran similares al trabajo que presentaba Galois. A pesar de este despecho por parte de la Academia, encontró algo de apoyo en el Bulletin des sciences mathématiques, astronomiques, physiques et chimiques del Barón de Férussac, donde publicó tres artículos en los que presentaba los fundamentos de su teoría.

Al mismo tiempo que se las veía con la Academia, Galois se encontraba enfrentado a otra autoridad: el nuevo rey de Francia, Luis Felipe de Orleans, emprendió medidas en contra de todos quienes hubieran apoyado la república. Galois, que nunca había ocultado sus inclinaciones políticas, fue arrestado y encarcelado durante varios meses. Fue en prisión donde recibió la última carta de la Academia rechazando su trabajo, en la que aducían que “sus argumentaciones no estaban ni lo suficientemente claras ni suficientemente desarrolladas para permitirles juzgar su rigor”.

No vivió más que unas semanas tras ser liberado. Hay varias teorías sobre la causa del duelo en que falleció; lo que se sabe con certeza es que él estaba convencido de que ese iba a ser su final, y pasó la noche previa escribiendo a sus camaradas, y completando en lo posible sus teorías.

A pesar de su prematura muerte, dejó al mundo la base de lo que hoy se conoce como Teoría de Galois.