Juan Mayorga

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El pasado 14 de diciembre tuvo lugar en nuestra Facultad el homenaje al reciente Premio AlumniUAM, Juan Antonio Mayorga, el dramaturgo español vivo más influyente en los últimos años, que recientemente fue también galardonado con el Premio Princesa de Asturias de las Letras.

Juan Mayorga es director artístico del teatro La Abadía, director de la cátedra de Dramaturgia de la RESAD y sillón M de la Real Academia Española, así como doctor en Filosofía y licenciado en Matemáticas por la Universidad Autónoma de Madrid en 1988

Ilustración por Carla Moreno Basteiro.

Ilustración por Carla Moreno Basteiro.

Juan Antonio Mayorga Ruano, más conocido como Juan Mayorga, “Míster M” en la Real Academia desde 2018… un claro referente del teatro español contemporáneo. Pero es que no solo eres dramaturgo, sino también filósofo y matemático. Y esta última parte es la que en muchas entrevistas se obvia por completo, pero resulta que fue como te iniciaste. Te licenciaste en el 88 en Filosofía y en Matemáticas y estuviste cinco años dando clase en institutos. ¿Cómo fueron esos años? ¿Podrías decirnos algo que recuerdes con especial cariño de ellos o dirías que te ha marcado?

Yo estaba estudiando en la primavera del 83 en el Ramiro de Maeztu el COU de Matemáticas con Dibujo Técnico, en el que casi todos estábamos destinados a estudiar ingenierías, pero yo durante esa primavera decidí que realmente no quería ser ingeniero. Yo amaba las matemáticas, me fascinaban las matemáticas y decidí encauzarme hacia ellas. En esta Facultad (Facultad de Ciencias de la UAM) me tocó el turno de tarde y estudiábamos en lo que nosotros llamábamos “los barracones”. Estudié mucho, sobre todo en los primeros años. No tiene mayor importancia, pero obtuve… buenas notas, pero sobre todo aprendí muchas matemáticas. Luego sí es cierto que se fueron imponiendo y ganando cada vez más tiempo en mi dedicación la Filosofía y, desde luego, la escritura, así que quizá dediqué menos tiempo a las matemáticas en los últimos años de carrera. Me licencié en el 88 y trabajé en una academia que había en la Plaza de Barceló y también durante unos meses di clase en Económicas en esta mítica calle de las facultades de la Autónoma. Lo que ocurre es que me concedieron una beca para hacer el doctorado en Filosofía y durante cuatro años me sostuve con esa beca, pero al acabárseme desempolvé el diploma de Matemáticas y me presenté a las oposiciones de secundaria. Recuerdo que hice la oposición en el instituto Calderón de la Barca, de Glorieta Elíptica, me tocó la distribución normal (que tenía la suerte de llevar preparada como para pasar la oposición) y me destinaron al instituto Rey Pastor de Moratalaz, un curso en el nocturno. Luego estuve otro curso en el Ramiro de Maeztu, donde yo había estudiado, y después tres años en el Mateo Alemán de Alcalá de Henares. Aquellos años los recuerdo con mucho trabajo, porque yo daba clase y aún no había acabado mi doctorado en Filosofía y, por otra parte, cada vez me orientaba más al teatro. Fueron años en que escribí mis primeras piezas y los recuerdo como años muy gratos porque la verdad es que tanto el estudio de las matemáticas como su docencia han sido experiencias muy hermosas para mí. Actualmente sigo atento a las matemáticas, nunca he dejado de estarlo, aunque no las estudio, ni mucho menos, con profundidad. Pero ahora, que estoy en la Comisión de Vocabulario Científico y Técnico en la Academia, me siento muy contento cada vez que aparece un término matemático a definir o a redefinir.

Tu primer trabajo, Siete hombres buenos, se publica en 1989, al año de tú acabar la carrera. La pregunta es obligada,¿pensaste en algún momento en dedicar tu vida a las matemáticas? ¿A la investigación, a la docencia?

Sí es cierto que Siete hombres buenos se publica en el 89, pero yo ya la había escrito antes. Fue el primer año de carrera el único en que no escribí, más que nada porque había hecho una apuesta tan fuerte como es estudiar Matemáticas y Filosofía al mismo tiempo y eso era muy absorbente; así que estuve esos nueves meses de curso sin escribir. Pero luego me lancé. Volví a la escritura aquel verano y ya nunca la abandoné, es decir, ya intenté organizarme porque yo era desdichado si no escribía. Necesitaba escribir para ser feliz. Entonces, fui dándole, bueno, devolviéndole, cada vez más tiempo a la escritura. Durante la carrera escribí una novela que nunca he publicado que se titula El móvil perpetuo. También escribí poesía y también en los últimos años de carrera ensayé mis primeras obras, pero solo cuando escribí una que se llama El pájaro doliente, que tampoco se ha publicado, y, finalmente, Siete hombres buenos, se afirmó en mí la apuesta por el teatro. Sucede que escribí una obra que obtuvo un accésit en el premio Marqués de Bradomín y eso me llevó a conocer a la gente del teatro y a conocer el medio teatral y darme cuenta de que el teatro era un lugar maravilloso para que un autor comprometiese su escritura con él. De esta forma se fue afirmando en mí la voluntad de escribir. Siempre quise escribir. Siempre quise ser escritor y fue mi pasión dominante. Sin embargo, durante mucho tiempo yo pensé que me ganaría la vida con las matemáticas y nunca pensé que esa fuera una mala vida. Es decir, si yo no hubiera podido ganarme la vida con el teatro (cosa que no busqué, me encontré con ocasiones para hacer del teatro una forma de vida) yo era feliz también dando clases de matemáticas y lo hubiera seguido siendo. Lo que sí fui comprendiendo mientras estaba en la facultad es que no acabaría siendo un investigador en Matemáticas porque la investigación matemática exigía un compromiso y una pasión que yo entregaba antes a la escritura. Por otro lado, siento envidia hacia los creadores de matemáticas, pero, en todo caso, yo no creo que estuviera suficientemente dotado para eso.

Actualmente no solo te dedicas a escribir y dirigir. También has hecho investigación en Filosofía en el CSIC, eres profesor de Dramaturgia y Filosofía en la RESAD y te has dedicado bastante a la docencia, ¿si tuvieras que quedarte con una de todas estas facetas, con cuál dirías que te quedas?

Lo que más me fascina es, probablemente, la escritura, la imaginación de mundos, la construcción de personajes. Es, diría, por encima de todo, mi forma de relacionarme con el mundo. En los últimos años he descubierto la dirección teatral y me apasiona estar con los actores en una sala de ensayos. Ahora por nada del mundo querría renunciar a ello. La docencia es muy importante en mi vida y cada día lo es más. Por un lado intento compartir mi experiencia con personas que están intentando encontrar su propia voz, pero yo he de decir que recibo mucho de mis alumnos y mis alumnas porque ellos miran el teatro, el arte y el mundo desde lugares en que yo no podría estar, entonces hacen preguntas que yo nunca me hubiera hecho. Me interpelan, me aconsejan y me llevan a pensar cosas que, sin ellos, no habría pensado.

En general tienes una carrera literaria muy laureada: te concedieron el premio Nacional de Teatro (2007), el Valle-Inclán (2009), el Ceres (2013), La Barraca (2013)… pero este año en concreto ha sido particularmente exitoso para ti. Te concedieron el pasado mes de junio el Premio Princesa de Asturias de las Letras y el Premio AlumniUAM, ¿cómo te enteraste tú de que te concedían esos galardones? ¿Cómo te sentiste? ¿Podrías decirnos cuál te hizo más ilusión?

Pues me enteré por sendas llamadas telefónicas. (Ríe). El premio Alumni me hizo una ilusión muy especial. Cuando me lo anunció el decano sentí una emoción muy particular, porque es un premio al que uno no se presenta, sino un premio para el que te proponen personas que son nada menos que profesores de la facultad en la que tú te has formado. La verdad es que me resultó especialmente emocionante esa llamada y especialmente emocionante la concesión de ese premio. En cuanto al Princesa de Asturias, es un premio que me excede completamente y que es muy valioso tanto por la calidad de los premiados anteriores como por la calidad de los jurados que lo conceden. Ante un premio de esta envergadura solo le queda a uno insistir en algo que he dicho a menudo: y es que un premio, sobre todo uno así en particular, no te lo conceden por lo que has hecho sino por lo que esperan que hagas; y yo solo puedo prometer que me esforzaré por merecer lo que hoy no merezco.

¿Cómo dirías que las matemáticas te han influenciado a ti personalmente y a tu obra?

He recordado ya en la charla de esta tarde que la Enciclopedia Británica caracteriza las matemáticas como la “Ciencia de la estructura, el orden y la relación”, y yo cuando leo esto pienso que eso está muy vinculado al trabajo que hago como dramaturgo. Pienso precisamente buscando la estructura, el orden y la relación entre los elementos que pongo en juego; y estos son los que configuran la forma de la obra y la forma del espectáculo.

Creo que probablemente decidí estudiar Matemáticas por ser la persona que era, pero, asimismo, el haberlas estudiado ha ahormado la persona que soy, mi mirada sobre el mundo y también mi modo de relacionarme con el hecho escénico. Estoy seguro de que las matemáticas me han formado como persona y, sobre todo, como dramaturgo.

Las matemáticas, como la literatura, y más concretamente el teatro, tienen mucho que ver con la creatividad y mucho que ver entre sí. Tengo aquí una cita tuya de una entrevista con El País: “Las matemáticas y el teatro coinciden en su búsqueda de síntesis significativas”, ¿podrías desarrollarnos un poco más esta idea?

Primero yo creo que las matemáticas son una extraordinaria creación de la imaginación humana y considero que los grandes matemáticos buscan expresiones tan sencillas como sea posible para realidades muy complejas y pienso que los creadores teatrales hacemos lo mismo, perseguimos esa misma búsqueda. En este sentido creo que hay una afinidad última entre estos dos ámbitos. Cuando el actor está buscando un gesto que exprese el estado de su personaje, cuando el escenógrafo está buscando dar con ciertos elementos que muestren un espacio, cuando el músico está buscando ciertos sonidos que se adecúen a una situación o, finalmente, cuando el dramaturgo está buscando personajes, situaciones, palabras o gestos significativos, se está trabajando con una búsqueda de síntesis significativas como las que yo atribuyo al matemático.

Y, siguiendo con esta idea, pareciera que hay una visión popular generalizada de que las matemáticas y la literatura; en general las Ciencias y las Letras, son radicalmente opuestas y separadas cuando, en realidad, tienen mucho en común. ¿Por qué crees que esto es así?

Yo rechazo completamente esa dicotomía. Creo en una “poesía de las matemáticas”, que exploré modestamente en mi obra El chico de la última fila, y creo que raíz cuadrada de menos uno es una extraordinaria creación de la imaginación humana como lo es Hamlet. Lo fundamental es la capacidad de imaginar mundos, y eso es bastante afín a ambos campos y es bastante más importante que lo que los separa.

Volviendo al tema de la creatividad. Tú en varias ocasiones has confesado ser un autor de esos que no le temen al folio en blanco, que incluso disfrutan de la incertidumbre de crear desde cero. ¿Qué le dirías a un estudiante que siente pánico ante esa misma incertidumbre al enfrentarse a un solitario enunciado a demostrar en una hoja en blanco?

Yo he dicho en varias ocasiones que no pertenezco a la estirpe de los agonistas de la página en blanco. No soy de esos que declaran sentirse terriblemente amenazados por esa página que puede ser un espacio de fracaso. Yo, al contrario, creo que una página en blanco es un lugar de gozo y de felicidad y lo es tanto más cuanto más exigente seas tú contigo mismo.

Creo que en este sentido ese gozo que puede sentir un autor ante una página en blanco, esa excitación ante una terra incógnita en la que inicia un viaje peligroso, acaso sea semejante a la del investigador matemático.

Yo recuerdo que lo más cerca que me he sentido de sentirme un matemático fue en esos primeros años de la facultad en que me encontré que se me proponían auténticos problemas, es decir, auténticos planteamientos que no se resolvían inmediatamente a partir de lo ya estudiado, sino aquellas propuestas que me hacían los profesores que exigían de mí imaginar y poner en relación elementos distantes e incluso aparentemente heterogéneos. Recuerdo la excitación que eso me producía, la frustración cuando no estaba a la altura del reto que se me proponía, pero también el gozo cuando alcanzaba y satisfacía el desafío y decía: “ya está”. Recuerdo esos momentos como momentos de gozo y placer.

¿Crees que es un “miedo” que se supere? El de comenzar a escribir, a pensar, a crear cosas aunque no sean “correctas”.

Yo animo a cualquiera de los que nos estén leyendo a que escriban. A que escriban teatro, sobre todo. Les animo a que gocen de esa ocasión, a que vean la página en blanco como una ocasión. A que vean esa página, cuya blancura solo queda cortada por ese enunciado desafiante, como un, bueno, eso, un desafío. Pero les animo incluso a que tomen una página en blanco y que ensayen el teatro. Eso no va a perjudicar a sus matemáticas, de hecho van a poder tocar ámbitos en que las matemáticas tienen poco que decir. Tienen poco que decir sobre la amistad o sobre la traición. Sin embargo, alguien que haya estudiado Matemáticas quizás pueda mirar la amistad o la traición de un modo que alguien que no las haya estudiado no podría hacer.

En las aulas, sin embargo, la creatividad parece ser una asignatura pendiente. Y hay muchas voces, cada vez más, dentro y fuera de la docencia, que piden un cambio en este respecto. ¿Coincides con esas voces? ¿Cuál sería tu enfoque para dar pasos en una mejor dirección en este aspecto?

He recordado hace un rato dos caracterizaciones de la escuela que me interesan.

Una de ellas es la que ofrece Walter Benjamin, pensador en cuya obra me eduqué, que viene a decir que la escuela no debería ser el lugar de dominio de una generación sobre otra, sino el lugar de encuentro de dos generaciones.

Y recordaba también la caracterización que hace del maestro María Zambrano, que dice que el maestro no debe ser tanto alguien a quien preguntar como alguien frente a quien preguntarse. Creo que la imaginación, la creatividad, la crítica… deben estar en el centro del hecho escolar. Inevitablemente nuestras escuelas y universidades deben formar personas para el llamado mercado laboral, pero fundamentalmente han de ayudar a que las personas se encuentren consigo mismas y sean ciudadanos críticos; que sean capaces de comentar los textos que nos rodean y nos atraviesan, entonces creo que la crítica y la imaginación deben estar en el centro de la escuela y de la universidad.

Hay otro tema sobre el que cada vez se alza más la voz: el relevo generacional en las universidades. Últimamente se acusa cada vez más que los equipos docentes y directivos de las universidades españolas están desfasados, anticuados. Precisamente a ti, académico de la RAE, órgano al que también se le suele achacar una falta de renovación, este tema le tiene que interesar. ¿Qué opinión te merecen estas voces críticas?

Sin duda me interesa, y sin duda es fundamental, la renovación. Haciendo mi trabajo como director del teatro de La Abadía no soy neutral. En La Abadía nos importa sinceramente la paridad y nos importa sinceramente la renovación. Privilegiamos, o les prestamos una atención especial, por convicción y porque así la sociedad nos lo demanda, proyectos liderados por mujeres y también privilegiamos la atención a voces nuevas. Dicho esto, hay que atender a las creaciones y a su excelencia vengan de donde vengan. Luego, en lo que a instituciones se refiere, al menos en lo que a la Academia se refiere, los cargos son vitalicios. Esto, por cierto, hace que los académicos tengan una autonomía y una independencia que no tendrían de otro modo. Es decir, si sus cargos dependieran de votaciones dentro de la propia institución o de un departamento como el Estado o el Ministerio de Cultura, susceptible a renovaciones, serían menos independientes de lo que son. Es ese carácter vitalicio y que el sistema de elección en la RAE sea de cooptación (es decir, son tres miembros de la RAE los que te deben proponer para un cargo) lo que hace que los académicos tengan esa libertad que podrían no tener con otro sistema de provisión de cargos. Dicho esto, creo que los que estamos ahora allí estamos muy atentos tanto al hecho de que haya gente joven como a que haya mujeres. Ambas orientaciones se han visto confirmadas en los últimos nombramientos de cargos en la Academia: tres de los cuatro últimos elegidos son mujeres y son relativamente jóvenes. Creo que llamas la atención sobre un problema bastante importante y que nos interesa a todos: cómo conciliar el hecho de que es muy importante que gente con una extraordinaria experiencia pueda seguir ofreciéndola y al mismo tiempo que haya renovación, entonces hay que orquestar y poner en movimiento procedimientos que permitan la conciliación de lo uno y de lo otro.

Fotografía tomada el 29 de enero de 2020, durante la segunda mesa redonda sobre la figura del literato y académico Benito Pérez Galdós en la Real Academia Española.

Fotografía tomada el 29 de enero de 2020, durante la segunda mesa redonda sobre la figura del literato y académico Benito Pérez Galdós en la Real Academia Española.

Me gustaría hacerte una pregunta que empieza citando un fragmento de tu obra El chico de la última fila: “los catastrofistas pronostican la invasión de los bárbaros y yo digo: ya están aquí; los bárbaros ya están aquí, en nuestras aulas”. Esta cita viene a cuento porque parece que, por una parte, vivimos en una edad dorada del teatro. Tenemos una escena dramática más accesible que nunca, variada, libre de censura… pero, sin embargo, entre los jóvenes sobre todo, se lee muy poco teatro, ya no hablemos de ir al teatro o incluso de escribirlo. ¿Qué opinas de esto?

Bueno, Germán (el personaje de la cita) es un exagerado. Pero es que es parte de su estilo. Él, como Claudio, que es su antagonista en la obra (más bien Germán es el antagonista de Claudio) son hombres de palabra y utilizan la palabra exageradamente. Él se relaciona mejor con los libros que con las personas. Es un hombre que se hizo profesor porque esto le permitía estar en relación con los grandes libros y resulta que se encuentra solo cada vez que entra en un aula. No encuentra a su afín. Pero probablemente no encuentra a su afín porque no ha mirado con atención, porque él no ha practicado ante sus alumnos aquello que aconseja a Claudio, que es que mire a cada persona y busque su misterio. Creo que cada alumno es un misterio, y eso es algo que me enseñó mi trabajo como docente en secundaria. No creo que las aulas estén llenas de bárbaros en absoluto. Por supuesto que hay bárbaros entre los chavales, como los hay en cualquier generación y en cualquier franja de edad. Dicho esto, yo creo que mi experiencia es que cuando los chavales se encuentran con el gran teatro, el gran teatro los envenena y los apasiona, entonces lo que hay que ofrecer a la gente joven es gran teatro. Yo tuve la suerte de encontrar gran teatro en mi adolescencia y me enamoró. Creo que no hay que intentar acercarse a la gente joven rebajando la exigencia u ofreciéndoles estilemas intentando acercarse a ellos a través, por ejemplo, de medios tecnológicos llenando el espectáculo teatral de ciertos recursos, ciertas músicas… porque haciendo esto siempre llegas tarde. Lo que hay que hacer es ofrecer gran teatro y recordar a los chavales que eso que presentan las grandes obras es precisamente lo que a ellos les interesa, porque, ¿acaso no les interesa el amor, el desamor, la amistad, la traición, el miedo al paso del tiempo, la relación con el pasado y el futuro? Pues todo eso está en las grandes creaciones teatrales y hay que hacérselo llegar.

¿Qué papel crees que juegan las aulas en este respecto? Porque, al menos, en lo que son los programas de Literatura de ESO y Bachillerato, el teatro suele ser el hermano despreciado de los géneros literarios.

Yo defiendo que el teatro no debería estar en el margen de la escuela sino en el centro de misma. Cuando los alumnos descubren también la posibilidad de hacer teatro encuentran en él una escuela; una escuela de libertad y de responsabilidad, un lugar donde imaginar, donde ponerse en el sitio de otros. Además el teatro es un arte que se hace en compañía y donde tú ejerces tu libertad con un sentido de la responsabilidad, porque sabes que de la calidad de tu trabajo depende el trabajo de los demás. Que tú aprendas tu personaje, que lo hagas a tiempo y lo actúes bien hace que se enriquezca el personaje y el trabajo del otro; de forma que creo que la lectura de teatro y, sobre todo, su práctica debería estar en el centro de la escuela porque fomentan todo esto.

Y ahora viene cuando cierro la pinza de la pregunta, ¿y con las matemáticas? Porque si no causa extrañeza entre los jóvenes reconocer que son ajenos al teatro, con las matemáticas parece que les produce hasta orgullo admitir que no se relacionan con ellas. En los institutos parece que cada vez se aborrece más el pensamiento matemático y, sin embargo, cada día más las empresas demandan perfiles de gente instruida en Matemáticas y la investigación parece estar en auge. ¿Cómo explicarías esta dualidad?

Yo considero que estamos en un momento en que las matemáticas tienen un cierto prestigio social; bueno, yo creo que siempre lo tuvieron, ¿no? Cuando yo era docente en Secundaria ya advertía que las matemáticas tenían una suerte de autoridad que no era necesario defender. Los alumnos vinieran ya de familias que les decían “esto tenéis que entenderlo”, “esto tenéis que estudiarlo”, “las matemáticas son importantes”. Esto es lo que ocurría entonces. Ahora lo que creo es que la realidad se ha matematizado. Se ha convertido en parte de la conversación común el, por ejemplo, saber que estos aparatos que llevamos en los bolsillos manejan algoritmos matemáticos que nos conducen a la elección de un restaurante, de un alojamiento o incluso de una película o una serie de televisión. Por un lado, creo que hay una conciencia creciente de que la vida social se ha matematizado y, por tanto, quien la conoce tiene una posición privilegiada para entender la sociedad misma, así que, no sé. Yo no recibo esto que comentáis (también estoy en un sitio diferente al vuestro), pero creo que hay un prestigio y un respeto a las matemáticas y aquello de “yo bueno no entiendo esto que soy de Letras” es más bien un gesto defensivo que no hay que tomarse muy en serio.

Querría que, para estos compases finales de entrevista, aprovechando que tenemos a un filósofo ante nosotros, nos pusiéramos un poco más metafísicos. ¿Qué es un matemático para ti? ¿Científico, filósofo, artista…?

Hace años escribí un artículo que, por cierto, se publicó en El País, podéis buscarlo si queréis, que se titulaba La asignatura más importante. En este artículo se hablaba de una asignatura que se ocupase de una reflexión en torno a unas pocas palabras. Por ejemplo la palabra Bien, la palabra Belleza, la palabra Justicia… y sobre la relación entre ellas. En realidad esa asignatura sería lo que llamamos Filosofía. Creo que la filosofía es una reflexión; una sobrerreflexión, quizás, en torno a unas pocas palabras muy importantes. Y lo más importante de la filosofía es que es un plan de vida, no solo una asignatura. Es un plan de vida que exige de ti una constante posición crítica y de interpelación sobre todo ante ti mismo, pero también hacia los demás y hacia el mundo. A mí me interesa mucho esa figura de Sócrates que sale a las calles de Atenas a preguntar a sus conciudadanos qué es para ellos Bien o Justicia, porque él no lo sabe, no sabe qué son ninguna de estas cosas y de lo que se trata es de acercarse a una definición menos incorrecta que la anterior, porque la definición es siempre un fracaso. Esto implica, por supuesto, que la definición de qué es un matemático es también un fracaso. Yo creo que el matemático es un científico, antes que un filósofo o un artista. Quizás, me valga esa definición:

El matemático es un científico que se ocupa del orden y de la relación, no habiendo quizás otro para el que la imaginación sea tan importante. Esto le acerca más al filósofo o al artista.

No lo sé, seguiré pensando sobre ello. (Risa)

Y, como última pregunta, me gustaría formularte una con la que ya rematamos la conversación con Marta Macho en el primer número de esta revista y que genera no poca controversia. Tú, acostumbrado tanto a la creación literaria, a dar a luz obras desde el papel en blanco, como a la conversación filosófica, al entendimiento y descubrimiento de ideas y puntos en común con otras personas… ¿crees que las matemáticas se crean o se descubren?

MAYORGA - Muy buena pregunta… (Traga agua). ¿Sabes que Borges decía, seguro que Pepe lo sabe (señala a Pepe, que se ha sentado a escuchar la entrevista), que las personas son, desde su nacimiento, o platónicas o aristotélicas? Decir esto es como aceptar que hay innatismo, por tanto él está haciendo una presentación platónica de la dicotomía. Yo creo que las Matemáticas se crean, pero bueno, me da vergüenza decirlo delante de él…

PEPE - (De fondo) Yo también creo que es así.

MAYORGA - A mí me parece que se crean y que hay creaciones… Voy a decir una vulgaridad, pero creo que hay creaciones matemáticas que no corresponden con el mundo, que no son congruentes con él y no responden a este y que, por tanto, son invenciones que están más allá o más acá de este plano… Es lo que me atrevo a decir delante de Pepe, que seguro que ha pensado mucho más en esto que yo. (Ríe).

PEPE - (Riendo) No, no, muy bien dicho.

ENTREVISTADOR - ¿No entraría esto en conflicto con lo que has dicho antes de que un matemático está más cerca de un científico que de un artista? Los que crean son artistas, ¿no?

MAYORGA - No, bueno, creo que un matemático es un científico en la medida en que ha de responder a las exigencias del método científico que excluyen aquello de que aquí se ha hablado: el humor, la ironía, la distancia… Sucede, sin embargo, que el matemático es un científico en la medida en que ha de ser fiel al método científico, aunque creo que eso no impide que cree cosas y no solo las descubra. De algún modo, que construya mundos ex nihilo.